Desde un punto de vista técnico, el cartel no aporta nada nuevo y bebe de un costumbrismo sonrojante incluso para el más tradicional. No obstante, eso no tiene porqué ser negativo si la técnica está al servicio del tema de una forma coherente. En el caso de un cartel editado por un ayuntamiento para promocionar unas fiestas, lo que se pretende es anunciar, promocionar. Y al hacerlo, se le da una imagen a la ciudad. Por eso, no entendemos que la imagen elegida sea la de personajes conocidos, cuando lo lógico hubiera sido que se apostara por seres anónimos. Se da la circunstancia además de que uno de sus personajes es moneda de cambio en la prensa del corazón a causa de sus historias amorosas, derivadas de su condición de Grande de España. Vestigio clarísimo del Antiguo Régimen, no sabemos muy bien la razón por la cual una duquesa puede representar a una mujer sevillana, como dijo la autora del cartel. No entendemos qué tipo de mujer quiere mostrar al mundo. No creemos que una duquesa sea algo representativo de una ciudad como Sevilla. No sabemos discernir, en definitiva, si el cartel es real y si la autora se ha tomado en serio lo que estaba haciendo. Pareciera que estuviéramos aún en otros tiempos, o lo que es peor, que estos en realidad no hubieran terminado aún. Así nos lo hacen ver este cartel y los constantes homenajes y condecoraciones que se siguen haciendo desde las administraciones.
Más que a Sevilla, el cartel es un homenaje al Kitsch
En realidad es Sevilla y el narcisismo costumbrista, la caricatura de una cultura que no va más allá del papel couché.
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